5.- CRITERIOS Y ACTITUDES DEL EVANGELIZADOR

 5. -  Criterios y actitudes del Evangelizador

 

 

Iluminación: A todos, pastores y fieles se les pide asumir y profundizar en la autentica espiritualidad cristiana. En efecto, espiritualidad que es un estilo o forma de vivir según las exigencias cristianas, la cual es la “vida en Cristo” y “en el Espíritu Santo”, que se acepta por la fe, se expresa por el amor y, en esperanza, es conducida a la vida dentro de la comunidad eclesial (I en A 29).

 

1.     Dejarse encontrar por el Señor.

El Señor Jesús ha irrumpido en la vida de muchos pecadores para iniciar en ellos un proceso de liberación, de sanación y santificación que nos lleva, a lo que Pablo llama: la Plenitud en Cristo (Col. 2, 9). El Señor necesita “Embajadores” que en su nombre busquen a los descarriados, a los alejados, a las ovejas perdidas para que sus palabras y con su estilo de vida les digan: “Dios nos ama, pero el pecado nos priva de la gloria de Dios”. “Andas equivocado, vuélvete al Camino que te lleva a la Casa del Padre”.

 

El embajador de Cristo, es también su discípulo, su misionero, su apóstol, su evangelizador, su catequista, su servidor. Es portador de un “mensaje” que no le pertenece, lo ha recibido, lo ha creído, lo ha hecho vida y lo anuncia como “mensajero del Reino”,  para  quienes lo escuchen y crean en su  “Mensaje”, entren en “comunión de vida” con Aquel que puede llevarnos a la Casa del Padre.

 

2.     El poder de la Palabra de Dios.

 

La Palabra que se escucha es Poder que refresca, quema, limpia, sana, libera y santifica,  consagra, lleva a la salvación y a la perfección cristiana (Is 55,10s; Jer 23, 29; Jn 15, 3; Jn 8 32; Jn 17, 17; Hech 20, 32; 2 Tm 3,16). Nos promueve, de siervos y esclavos del pecado al servicio de una vida mundana y pagana, a hijos de Dios, amigos, discípulos y apóstoles de Jesucristo.

 

Por la acción del Espíritu, y una respuesta generosa de nuestra parte,  se produce en el interior del hombre lo que Jesús el Señor llamó: “Nuevo Nacimiento” (Jn 3, 1-5); se da un verdadero despertar a la vida de la Gracia que nos hace poner de pie, abandonar la vida arrastrada para comenzar a caminar con los pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, con lucidez y valentía en el “Camino que lleva a Jerusalén”, tras las huellas de Jesús (cfr Lc 9, 23), nos vamos haciendo servidores de la “Multiforme” Gracia de Dios (cfr 1 Cor 4, 1-3). La guía en el nuevo caminar es la Palabra de Dios (cfr Jn 8, 31); el alimento es la Eucaristía (cfr Jn 6, 27); su aliento es la vida de oración (cfr Mt 26, 41); la confianza es la fidelidad al único criterio que se nos da: “El Evangelio de Jesucristo” (cfr Jn 15, 15).

 

3.     Dos columnas sostienen la estructura del Evangelizador.

 

No hay engaños, el camino a recorrer ha sido ya transitado, primero por Jesús (Lc 9, 51- 52), después por sus Apóstoles y luego por miles y miles de hombres y mujeres que enamorados de la persona de Jesús, de su Evangelio, de su Iglesia… fueron al desierto, hicieron alianza con el Señor, para luego ir con la fuerza del Espíritu a proclamar la Buena Nueva, y al final, plasmaron su entrega con el sacrifico de sus vidas, sometieron su voluntad a la voluntad de Dios, para servirle con todo, al estilo de los grandes personajes de la Sagrada Escritura: Moisés, Josué, los Profetas, María, los Apóstoles, San Agustín, San Francisco, Monseñor Oscar Romero, Teresa de Calcuta y miles más. Todos ellos realizaron el objetivo del Evangelio: la amistad con Jesucristo, el amor fraterno y la donación de sus vidas.

 

·       Primera columna. Quién quiera servir al Señor ha de aceptar y respetar incondicionalmente las “Leyes del Reino”. No hay lugar para vanas ilusiones o falsos mesianismos. No se puede quemar etapas y ni cortar caminos para llegar más rápido.

·       Segunda columna. Dejar las madrigueras y los nidos: “Las zorras tienen sus madrigueras y las aves sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 52); romper con infantilismos, vicios, ataduras, para entrar en el proceso que nos lleva a “Encarnar las grandes actitudes que configuran y definen al cristiano misionero o apóstol de Jesucristo”, elegido por voluntad del Padre para ser servidor del Evangelio. Servidores llenos de compasión y misericordia para con todos, al igual que su Maestro.

La actitud misionera exige una espiritualidad específica que concierne especialmente a todos aquellos a quienes el Señor ha llamado a ser sus misioneros. Este modo de vida es iluminado por la Palabra de Dios y fortalecido por la Eucaristía que da la fuerza al misionero para ponerse de pie, salir fuera e ir al encuentro de los hombres para iluminarlos con la “luz de la verdad”; esto es, disponibilidad para el servicio evangélico.

 

4.     Actitudes del Evangelizador

La actitud, es una  inclinación o tendencia hacia algo o hacia alguien,  está presente en la mente y en la voluntad del hombre antes de la acción. En el fondo de las actitudes, cuando son cristianas, se va formando lo que en espiritualidad misionera se llama “Pastoral de la caridad”: la triple disponibilidad, para hacer la voluntad del Padre, para acercarse al hombre concreto e iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores.

 

La actitud se forja en la respuesta al llamado iluminador de Dios que invita a crecer y madurar en la fe, mediante el seguimiento de Jesús, El Misionero del Padre. Nunca será lo mismo tener criterios mundanos o paganos que a poseer criterios cristianos que son el fruto del cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amarLa práctica asidua, continúa y permanente de la lectura y escucha de la Palabra de Dios, unida a una vida centrada en la Eucaristía y a una vida de intensa oración y a la abierta a la práctica de as “obras de misericordia” son fuente de las actitudes y criterios de los evangelizadores y misioneros de Jesús al servicio del Reino de Dios y su justicia.

 

 

5.     El Decálogo del Evangelizador.

 

1.     Convertirse al Evangelio. Está primera conversión implica reconocer la propia debilidad y el propio pecado, aceptar que se está necesitado de ayuda, y aceptar el amor gratuito de Dios que se nos da en Cristo Jesús. Convertirse es “llenarse de Cristo”, sacando fuera todo lo que no “viene de la fe”.

2.     Vivir en comunión íntima con Jesús. Esto nos pide romper en pedazos los ídolos que se llevan en el corazón en lugar de Cristo. Ser evangelizador es vivir con Cristo, en Cristo y para Cristo, para poder después ser trasparencia de él ante los demás. Porque el Evangelio es Jesús mismo.

3.     Dejarse guiar por el Espíritu. El Espíritu es el alma de la Iglesia y el primer agente de la Evangelización. La clave del éxito para todo evangelizador es la “docilidad al Espíritu” para dejarse plasmar interiormente por Él, y poder, así llegar a configurase con Cristo., hasta llegar a decir con San pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19).

4.     Tener conciencia de enviado. Aunque parezca lo contrario, en medio de nuestras muchas debilidades vamos encarnado una doble certeza: Primero que Dios nos ama y nos ha elegido para ser sus ministros. Segundo nosotros también lo amamos y con alegría y agradecimiento hemos decidido servirlo y amarlo

5.     La docilidad a la voluntad de Dios. No servimos a cualquier proyecto, sino al Proyecto que Dios ofrece a toda la  humanidad: El Reino de Dios. El Proyecto es de Dios y es para todos los hombres, razón por la que nos hemos de sentir responsables de todos y cada uno de ellos. Que nuestra única preocupación sea poner en práctica la voluntad del Señor.

6.     Vivir en comunión con la Iglesia. Jesús ha confiado el Ministerio de su Palabra, de la Reconciliación y de la conducción a su Iglesia. Ella animada por el Espíritu continua y prolonga en la Historia la “Obra Redentora de su Fundador”. Ella llama, forma y envía a los evangelizadores: Pone en su boca la Palabra que salva.

7.     El amor apasionada por la Iglesia. Amarla como es; débil, enferma y pecadora en sus miembros, pero también, fuerte, sana, santa y consagrada. En la Iglesia no somos perfectos, tan solo perfectibles. El evangelizador acoge con fidelidad el mensaje revelado que ella custodia y trasmite, vive en ella la comunión de fe, de culto y de caridad, pone al servicio de ella todos los dones recibidos de Dios y participa con su entrega en sus tareas evangelizadoras.

8.     Tener valentía profética. Sin confiar en sí mismo se lanza como el misionero de Cristo, confiando en la fuerza del evangelio y en la acción del Espíritu Santo que superan todo esfuerzo humano. Al evangelizador tan sólo se le pide su “obediencia incondicional a Dios antes que a los hombres”. Sólo entonces tendrá la fuerza para predicar el Evangelio,  con fidelidad en situaciones de conflicto, con plena libertad, para corregir, denunciar y construir una nueva humanidad.

9.     Amar a los hombres como Jesús los ha amado. El evangelizador, elegido por el Señor, ha sido también justificado y glorificado (cfr Rom 8, 29). Dios ha derramado su Amor en su corazón (Rom 5, 5) para que ame a Dios y a los que el Señor ama, de manera especial a los más débiles y pobres. El evangelizador ama todo lo que Dios ama y se gasta por dar vida a sus hermanos.

10.  Buscar a los descarriados. Superando todas las fronteras y divisiones busca a los que se han perdido, comprende a los pecadores, les corrige con amor, abre perspectivas nuevas de vida, reconstruye los lazos de la fraternidad y entrega su vida por los demás.

 

6.     En camino de crecimiento espiritual.

La vida es un viaje que nos pide ponernos en camino de crecimiento hasta llegar a la Meta. Buscar entender nuestras actitudes nos pone de frente a una pregunta: ¿Cómo me comporto frente al dinero, al sexo, al poder, al trabajo, servicio, a la fama, al prestigio? ¿Cómo me comporto frente a un espíritu de soberbia, de lujuria, de amor a la riqueza? Podemos definir las actitudes en grupos: positivas y negativas, pesimistas y optimistas, en buenas y malas. A la luz del Evangelio decimos que las actitudes pesimistas, negativas, derrotistas, deterministas, conformistas o totalitaristas no vienen de la fe (cf Rm 14, 23), y por lo mismo, no nos ayudan a ser mejores personas o mejores cristianos misioneros.

 

Las actitudes cristianas nacen y crecen a la sombra de la Palabra de Dios, acompañada por una vida de oración para que la Palabra sea: escuchada, guardada, cumplida y orada (Lc 8,21; 11,28). La actitud crece con el uso de su ejercicio, en la práctica en buenos hábitos, de criterios sólidos, de virtudes cristianas hasta llegar ser “armas de luz” (Rm 13, 12) o “armadura de Dios” (Ef 6, 11) para “revestirse del Señor Jesucristo y no dejarse conducir en la lucha contra el mal por los deseos del instinto (Rm 13, 14). Una mente iluminada por el Evangelio y una voluntad fortalecida por el Espíritu Santo hacen unidad con el corazón para dar al misionero una “conciencia moral, misionera, llena de amabilidad, generosidad, solidaridad con todos, bondad, justicia y verdad (cfr Gál 5, 22; Ef 5, 9). Las actitudes cristianas del misionero de Cristo, cuando se convierten en acciones concretas a favor de la obra del Reino de Dios son para beneficio de toda la Iglesia. Hagamos presente  lo que comúnmente se dice: >>el que no crece disminuye; el que se estanca no avanza y el que no avanza retrocede, como “el que no junta desparrama”<< (Mt 12, 30).

 

7.     Les Leyes del Reino.

 

Lo que todo misionero debe saber es que el Reino de Dios crece en el mundo según un dinamismo establecido por el mismo Dios. Todo el que se integre al Reino y quiera desarrollar su dinamismo ha de acoger y respetar sus leyes internas. Estas leyes fueron explicadas por el Señor Jesús a través de sus parábolas.

Ø  La ley de la gratuidad. El reino crece por su sola fuerza. Hay que tener confianza absoluta en que la semilla fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor, paciencia y perseverancias (Cfr Mc 4, 26- 29)

Ø  La ley de la acogida. La Palabra de Dios no da fruto automático, ya que éste depende también de la respuesta del hombre. El Reino es una realidad que se propone y, por tanto, puede ser aceptada, rechazada y descuidada.

Ø  La ley de la gradualidad. El Reino de Dios empieza siempre de forma sencilla y humilde, para después, siguiendo un ritmo obscuro, pero creciente de maduración, alcanzar unos resultados inesperados (Mc 4 19. 13,20). No hay que escandalizarse porque comience pobre, sencillo y humilde, hay que respetar sus procesos de crecimiento con paciencia y esperanza.

 

Ø  La ley de la contradicción. El Reino será juzgado por muchos como impiedad, subversión o locura, y, por eso, será llevado a la cruz. Sólo si es capaz de aceptar la crisis, la oposición y la muerte, brotará como una realidad nueva (Cfr Jn 12, 23- 28). El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo es más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mt 10, 24).

 

Ø  La ley de la donación. En el Paraíso de Dios se encuentra el “Árbol de la vida” (Apoc 2, 7) del cual el misionero ha de alimentarse para que pueda ser capaz de darlo todo y  para poder poseer la “Perla Preciosa”. El Reino no pide poco, tampoco pide mucho, él lo pide todo (cfr Mt 5, 44- 45). No es válido dejar algo en reserva; no es válido convertirse a medias; no puede regatear la entrega, la donación, no se puede perder el tiempo, dejaríamos de ser útiles para el Reino (cfr Lc 9, 59- 62).

La reino de Dios es una fuerza humanizadora y trasformadora que irrumpe por la fe en el corazón de los hombres para llevarlos a su Plenitud en Cristo. Fuerza que nos pone de pie, nos saca fuera de situaciones menos humanas para hacernos más humanos, más personas y mejores personas, capaces de “vivir en comunión y participación”, ser hombres y mujeres para el servicio a la “comunidad fraterna”. Puesto que en el reino de Dios nadie vive para sí mismo (cfr Rm 14, 8).

Oración: Padre nuestro…venga a nosotros tu Reino de amor, de paz, de gozo, de justicia.

María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.

 

 

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