LA CONVERSIÓN CRISTIANA

 

LA CONVERSIÓN CRISTIANA

Iluminación. El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido. = Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.» (Mt 4, 16- 17)

Jesús nos habla de una Promesa, nos habla de una Presencia. La presencia del reino de Dios que Él tiene como regalo para todo aquel que crea en Jesús. Se trata del Poder de Dios que puede cambiar nuestra manera de pensar, nuestra manera de sentir y nuestra manera de vivir. Viene a liberarnos, reconciliarnos y a transformarnos en un Nueva Creación.

¿Qué es la conversión? Podemos definir la con tres palabras: Convertirse es “Llenarse de Cristo”. Esto implica otras tres palabras: “Vaciarse de los vicios” que atentan contra e crecimiento del Reino de Dios”.

Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. (Ef 4, 17, ss).

“Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” /Rm 12, 2)

¿Cómo llenarnos de Cristo?

1.- Lo primero es el “Encuentro con Jesús”.  «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.” (Lc 15, 4s) El primer encuentro con Jesús es con su Palabra que él siembra en nuestro corazón para iluminar nuestra mente, sanar nuestro corazón y fortalecer nuestro espíritu para hacer la voluntad de Dios.

Cómo a los testigos de Emaús Jesús se hizo el encontradizo por el Camino (Lc 24) Ellos iban tristes derrotados, frustrados. Nos equivocamos Jesús no era lo que nosotros creíamos. Tres años perdidos. Volvamos a casa. ¿Cuál ha sido nuestro camino? “Mi vida de parranda”, “mi trabajo”, “mi enfermedad”, mi vida de familia”. Recordemos que es Jesús el que nos busca hasta encontrarnos (Lc 15, 4)

Cuando yo recibí la Semilla no estaba en un retiro, tampoco esta orando ni leyendo la biblia, estaba en camino de trabajo, otras veces me buscaba en los antros de vició, hoy iba enfurecido, enojadísimo echando pestes lo que hace decir que el Amor de Dios es más grande que nuestros pecados.

Mi experiencia: leí una calcomanía en la parte trasera de un vehículo un letrero con tres letras: “Dios te ama.” Mi respuesta fue una mentada de madre al que iba en el vehículo y pensé ese es un fanático de la religión. Volví a leer y cuando iba a decirle otra grosería vino a mi mente una luz y en mi corazón a la vez sentía algo hermoso que me hizo salir lágrimas de mis ojos: Mente y corazón a la vez. “Dios te ama a ti así como eres, pero por la vida que llevas no puedes experimentar su amor.” Se repitió dos veces. ¿Qué vida llevaba? Mi vida era mundana, pagana, diabólica, una vida de pecado. Esa es la experiencia que cambió mi vida: Dios me ama como soy, pecador. Cambió mi manera de pensar. Hasta es ese momento yo creía que valía por lo que tenía. Yo soy un caso echado a perder a mi Dios no puede amarme. Él ama a los buenos, pero condena a los malos, soy un caso echado a perder. Dos cosas me dejó la experiencia del “Encuentro con Jesús” Que Dios me amaba y que yo era un pecador. Estas dos cosas me dejaron en mi una “Esperanza”, es posible mi conversión. Jesús me embarazó con su Palabra de vida, puso delante de mí lo que Él llamó el Nuevo Nacimiento.

La conversión es un Nuevo Nacimiento. Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.»Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. (Jn 3, 1- 7)

Lo primero es escuchar la Palabra de Dios para quedar embarazados. La Palabra es la Semilla del Amor, de la Verdad y de la Vida, es también Luz. La Palabra es Cristo que habita por la fe en nuestro corazón para realizar en nosotros la “Obra de Dios”. Él hace en nuestro interior la Unidad entre la inteligencia y voluntad. Antes por el pecado eran enemigas, ahora son “Unidad por el Amor.” La unidad de las tres nos capacita para discernir entre lo bueno y lo malo; nos dan la fuerza para rechazar el mal y para hacer el bien. (cf Rm 12, 9)

 

Convertirse es ir a Cristo. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; = y hallaréis descanso para vuestras almas. = Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28- 30)

Lo segundo es reconocer nuestros pecados. Esa es la carga que Jesús nos invita a entregarle. Es un intercambio, yo le entrego mi carga y Jesús me entrega la suya: “el amor que Dios derrama en nuestro corazón con el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rm 5, 5) ¿Cómo acercarnos a Jesús?

Lo tercer paso es el arrepentimiento. Acercarnos a Jesús con un corazón contrito y arrepentido. (Slm 51, 19) Esta es la condición para romper con nuestros pecados: Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros. (1 Jn 1, 8- 10) Ésta palabra nos dice cuál es el cuarto paso.

 

El cuarto paso es la confesión. El Sacramento de la penitencia es un “Encuentro con el Señor”. En este encuentro somos justificados por la fe, (Rm 5, 1) nuestros pecados son perdonados y recibimos el don del Espíritu Santo, que hermosa experiencia, nacimos de lo Alto, nacimos de Dios. Ahora conducidos por el Espíritu Santo podemos caminar en el poder de Dios en justicia y santidad (Ef 4, 24). Ahora podemos huir de las pasiones de la juventud y buscar la verdad, la justicia la fe, la caridad (2 Tim 2, 22)

 

El quinto paso es aceptar la voluntad de Dios. Creer en Jesús, obedecerlo, pertenecerle, amarlo, seguirlo y servirle para poder vivir como la nueva Creación (2 Cor 5, 17) Como hijos de Dios, hermanos de los demás y como servidores de Cristo y de la Iglesia. Tal como lo hizo la suegra de Pedro, Jesús la levantó y ella se puso a servirles. (cf Mc 1, 29) como lo hizo el endemoniado de Geraza que sanado y liberado por Jesús quería unirse a su grupo, pero Jesús lo envió como su primer misionero en tierra de paganos para que diera testimonio de la misericordia de Dios. (cf Mc 5, 1, ss)

 

El vivir de encuentros con Jesús nos llena con su Poder para que seamos sus servidores, de Cristo y de su Iglesia. Nos despoja del traje de tinieblas y nos reviste de luz, con la armadura de Dios y nos reviste de Jesucristo. (Rm 13, 11- 14) la invitación de Pedro es “Huyan de la corrupción para que participen de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4). Y dedíquense a cultivar la fe creando nuevos hábitos como la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la piedad, el amor fraterno y la caridad para que puedan abundar en el conocimiento de Dios. (2 Pe 1, 5- 8) PARA QUE PUEDAN LLENARSE DE CRISTO.

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