«Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan
de los hijos y echárselo a los perritos.»
Iluminación. Y partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y
entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar
inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de él una mujer,
cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta
mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su
hija al demonio. El le decía: «Espera que primero se sacien los hijos,
pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» Pero
ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa
migajas de los niños.» El, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el
demonio ha salido de tu hija.» Volvió a su casa y encontró que la niña estaba
echada en la cama y que el demonio se había ido. (Mc 7, 24- 30)
“Y partiendo de allí, se fue a la
región de Tiro.” Hoy Jesús sale de Palestina, su tierra, y va a tierras
paganas. Tal vez fue con sus discípulos a la playa para descansar o para
conocer aquellas tierras y conocer la playa. Su fama se había extendido, y lo más
seguro que era amigo de los dueños de la casa en la que era su escondite para
pasar inadvertido. No era fácil pasar inadvertido, Jesús acompañado de los
Doce, pronto se dio conocer, el Profeta de Nazareh era ya conocido, y pronto,
se extendió la voz de que estaba visitando a una de las ciudades del Mediterráneo.
Una mujer que había hablado de El, tenía una hija poseída por un espíritu impuro.
Mujer que no era judía, sino pagana, sirofenicia de nacimiento.
Los tres movimientos de la fe: La
mujer buscó a Jesús, alguien le había hablado de Él. Fue hacia el Señor, se le
acercó, se postró ante Él, le manifestó su verdad: Mi hija está enferma, y
luego le suplica que la liberara del espíritu impuro. Se acerca, se postra y le
rogaba, estos son los tres movimientos de la fe. La mujer tenía confianza que
Jesús podía curar a su hija.
La respuesta de Jesús es una
enseñanza que la salvación será para todos los hombres, tanto judíos, como
paganos, sólo que por lo pronto estos tienen que esperar: «Espera que primero
se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a
los perritos.» Los hijos son los del pueblo de Dios, los judíos, los
dueños de las promesas; los perritos son los paganos. Según el Proyecto de Dios
Jesús viene por todos, pero nos dice san Juan que vino a los suyos y ellos no
lo recibieron (Jn 1, 11-12) La salvación va a pasar a los paganos: «Sabed,
pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí que
la oirán.» (Hch 28, 28)
La respuesta de la Mujer humilde y
prudente, pero llena de sabiduría, desarmó al Maestro: «Sí, Señor; que también
los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños.» Lo que unos desprecian,
otros la recogen. La salvación destinada a los judíos, por haberla rechazado,
pasa a los paganos: El, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el
demonio ha salido de tu hija.» ¿Qué había dicho la mujer? Sus palabras estaban
llenas de confianza y de fe en Jesús por eso logró la sanación de su hija que
al volver a su casa la encontró sana.
Ya antes, Marcos, nos habla de un
leproso que dio los pasos de la fe: Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de
rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.» Compadecido de él, extendió
su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Y al instante, le
desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole
severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y
haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de
testimonio.» (Mc 1, 40- 44) Se acerca, se postra ante Jesús y suplica: “Si
quieres, puedes curarme.” Con un corazón
lleno de compasión, sin miedo a ser contagiado por la lepra, extendió su mano,
lo toca y con su palabra lleno de amor y de compasión le dice: “Quiero, queda
limpio”. Esta es la voluntad de Dios, la salud de la lepra del pecado: una
voluntad eterna. Extender la mano para Jesús significa compartir el don que Él
posee y con amor comparte con todo el que lo busque: el don de la Vida, el don
del Espíritu Santo. (Jn 10, 10)
¿Por qué la mujer sirofenicia y el
leproso se acercaron a Jesús? Por la misma razón por la cual nosotros podemos
encontrarnos con Él, hoy día: porque Jesús se hace presente, Él llega primero,
y nos ama por primero: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación
por nuestros pecados. En esto conocemos que permanecemos en él y él en
nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.” (1 de Jn 4, 10. 13)
No tengamos miedo buscar a Jesús,
porque él también nos busca a nosotros. Si lo buscamos de todo corazón él se
deja encontrar por nosotros (cfr Jer 29,13) Dejarnos encontrar significa,
primero, reconocer que estamos vacíos, leprosos y por esto no somos felices. El
segundo lugar, reconocer que somos culpables, nosotros hemos pecado. En tercer
lugar, aceptar que tenemos una necesidad, nosotros no podemos arrancar o
quitarnos el pecado. Y por último, reconocer y aceptar que la necesidad que estamos
necesitando es Cristo Jesús que nos busca hasta encontrarnos (Lc 15, 4) Jesús
quiere y puede sanarnos de todo espíritu impuro y puede limpiar de la lepra del
pecado. Él quiere y puede darnos un corazón limpio, lleno de amor; quiere y puede
darnos una fe sincera para hacernos honestos, sincero e íntegros. Él puede y quiere
darnos una conciencia recta para honremos y demos gloria a Dios y amor a
nuestro prójimo.
Dejemos a Jesús que toque nuestra
cabeza y nuestro corazón para que Él entre en nuestra vida y nos sane, nos
libere, nos reconcilie y nos promueva.
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