QUIERO SER UN HOMBRE LIBRE PARA CAMINAR EN LA VERDAD Y EN EL AMOR


Quiero ser un hombre libre para caminar en la verdad
 y en el amor.
Iluminación: “Ahora, pues, respetad a Yahvé y servidle cabalmente, con fidelidad: apartaos de los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados más allá del Río y en Egipto, y servid a Yahvé. Pero, si no os parece bien servir a Yahvé, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros antepasados más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y los míos serviremos a Yahvé.” Js 24, 14- 15)
La libertad es don y conquista.
La libertad humana es “don y conquista”, es una propiedad de la “voluntad iluminada por la inteligencia”. El hombre libre es poseedor de una “conciencia moral” que viene a ser el indicador de la “madurez humana”. Un hombre con dominio propio, capaz de mantener en unidad y armonía sus dimensiones fundamentales: La corporal, la mental, la espiritual, la social y la histórica. Poseedor de una armonía interior y de una armonía exterior, con el adentro y con el afuera. En unidad con su “realidad:” Consigo mismo, con los demás, con Dios y con la Creación. La división entre el adentro y el afuera produce el divorcio entre fe y vida. Una cosa es lo que se cree y otra cosa es los que se vive. Divorcio que es manifestación de un “vacío de amor y de valores” y a la misma vez es manifestación de lo que se le llama “idolatría o inversión de valores.” A la persona se le cosifica, se le instrumentaliza, se le manipula y se le desecha, negándole su dignidad como persona, valiosa, importante y digna que vale por lo que es, y nunca, por lo que tiene o por lo que hace.
Se puede hablar de “libertad exterior,” puedo ir a donde quiera y hacer lo que me da la gana, pero sin “libertad interior,” sin decisiones propias, sin amar espontáneamente y sin responsabilidad. Aparece entonces una “voluntad débil y anémica” sin capacidad para rechazar lo malo ni para hacer lo bueno. (Rm 7, 15- 17) En el vacío existencial nace y crece el dominio de los instintos y de los impulsos que hacen del hombre “un esclavo en su propia casa”. Un hombre sin voluntad propia es un enajenado, sin dominio propio, un simple bosquejo de persona; un alguien que no camina, se arrastra. Un ser servil, pero, no servicial. Un ser oprimido y a la vez, capaz de ser opresor, capaz de instrumentalizar y manipular a otros seres humanos, capaz de matar y destruir al convertirse en “lobo para sus hermanos”.
De frente a la libertad humana, existen algunas preguntas: ¿libres de qué? y ¿libres para qué? ¿de qué libertad se trata? ¿libertad exterior o interior? ¿libertad vacía o afectiva? El hombre salió de las manos de Dios bello y hermoso, y con un mandamiento: “Cultívate y protégete” (cf Gn 2, 15) “No comas del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque morirás”(cf Gn 2,17) El libro del Deuteronomio, la Escritura nos presenta el don de Dios a los hombres: El libre albedrío: “Mira, yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él. (Dt 30, 15-20) El hombre por su libre albedrío es libre para elegir lo que quiera hacer de su vida. Es libre para amar o para odiar, para hacer el bien o para hacer el mal, de lo que haga será responsable. Dios no le amarra a los hombres las manos para que no hagan el mal, como tampoco los obliga a hacer el bien. Dios nos propone la vida y la bendición, pero el hombre dispone de su voluntad. “Sí tu quieres, me amas y me sigues” dice el Señor a todos, buenos o malos, para eso ha escrito su ley en nuestros corazones: “haz el bien y rechaza el mal” (Rm 12, 9)
Siglos después del Deuteronomio, en la literatura sapiencial, la Biblia nos vuelve a recordar la libertad humana: “Al principio el Señor creó al hombre y lo dejó a su propio albedrío.  Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad.  Él te ha puesto delante fuego y agua, alarga tu mano y toma lo que quieras.  Ante los hombres está la vida y la muerte, a cada uno se le dará lo que prefiera.” (Eclo 15, 14- 17) El hombre elige ser humano, es decir responsable de sí mismo y de los demás; el hombre decide ser libre o ser esclavo, hacer el bien o hacer el mal, para eso es libre, para decidir y para elegir lo que él quiere hacer de su vida y de su futuro: Caminar o llevar una vida arrastrada. La Biblia invita al hombre a humanizarse: “Levántate, toma tu camilla y vete a casa” (cf Mc 2, 11) “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo.” (Ef 5, 14) Es en la carta a los romanos en la que Pablo, desde su realidad, nos presenta el camino de la liberación: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor.” (Rm 7, 24- 25) En la carta a los Gálatas nos ofrece la libertad como don de Dios comprada a precio de Sangre y como conquista que exige despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo (Ef 4, 23- 24): “Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.” (Gál 5, 1) “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad. Pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor.” (Gál 5, 13)
Cristo es nuestra libertad y hace nuestra liberación.
El hombre sin libertad interior, sin la libertad del corazón, es un hombre inmaduro en camino de corrupción humana; no puede ser un buen esposo, no puede ser un buen amigo y no puede ser un buen sacerdote. “No tiene el espíritu de amor, ni de fortaleza ni de dominio propio” (cf 2 Tim 1, 7); sino de miedo, odio, esclavitud o corrupción (cf 2 Pe 1, 4b) El grito de guerra en favor del hombre siempre será: Levántate y sal fuera para que te pongas en camino de éxodo (cf Gn 12) hacia Cristo que te espera con sus brazos abiertos para romper las cadenas de la esclavitud y darnos la “libertad de los hijos de Dios.” La respuesta al llamado es la fe y conversión (cf M 1, 15) Libertad que puede crecer o puede disminuir y perder, razón por la que Pablo invita a todos los que han probado de la libertad de Cristo: “Huye de las pasiones juveniles y corre al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad y de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro.” (2 Tim 2, 22) Con este texto Pablo responde a las preguntas sobre la libertad.
¿Libres de qué? De todo aquellos que impide que la persona madura o que impide que el reino de Dios crezca en ella:  “Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias”. (1 pe 2, 1) “Por tanto, dad muerte a todo lo terreno que haya en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la ira de Dios sobre los rebeldes. También vosotros practicasteis eso en otro tiempo, y vivisteis de ese modo.  Mas ahora, desechad todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y obscenidades; ni lo mencionéis siquiera. No os mintáis unos a otros, pues os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras,  y os habéis revestido del hombre nuevo” (Col 3, 5-9)
¿Libres para qué? Libres con  “libertad afectiva” para amar, para servir y ayudar sin ser obligados. “Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.” (Col 3, 12- 13) El camino de la libertad humana que nos hace ser responsables, libres, solidarios y serviciales es el “seguimiento a Cristo” para ser como él y hacer las obras que él hizo e invita a los suyos a realizar: Después de lavarles los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?  Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy.  Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 12- 14) Mandamiento que es inseparable del Mandamiento regio de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros.” (Jn 13, 34).
Fe y conversión. Es el camino para ser libres, capaces de caminar en la verdad, en la bondad y en la justicia (cf Ef 5, 8) y padecer la acción del Señor en nuestras vida que nos libera y nos lleva a la madurez en Cristo: “Y cuando se convierta al Señor, caerá el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos. Así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2 Cor 3, 16- 18)
Quiero ser libre para llegar a ser una “persona plena, fértil, fecunda y fructífera” por la acción del Espíritu Santo y mis esfuerzos, renuncias y sacrificios, dándole muerte al hombre viejo, inflado por el ego, y darle vida al hombre nuevo para que Cristo viva en mi corazón para llegar decir con san Pablo en la vejez, después de muchas purificaciones: “En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Ahora estoy crucificado con Cristo;  yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí. Todavía vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (cf Gál 2, 19- 20)

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