¿QUIÉN ES ESTE QUE HASTA LOS PECADOS PERDONA?

¿Quién es este que hasta los pecados perdona?

Iluminación. “Pero Yahvé me dijo: No digas que eres un muchacho, pues irás donde yo te envíe y dirás todo lo que te mande. No les tengas miedo, que contigo estoy para protegerte” (Jer 1, 7-8) “Entonces me dirigió Yahvé la palabra en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Esto dice Yahvé: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; cuando tú me seguías por el desierto, por tierra no sembrada” (Jer 2, 1- 2)

Los profetas de Dios.

images.jpgEl profeta es un elegido para una misión; para ser mensajero; un enviado, portador de un mensaje, que no le corresponde, lo ha recibido de Dios para que lo trasmita con toda claridad. Su tarea es, en primer lugar,  presentar o anunciar al pueblo caminos de liberación y de esperanza; en segundo lugar, su tarea es denunciar las injusticias o las situaciones de pecado cometidas por el  pueblo. A la vez, profeta es el que anuncia las cosas antes de que sucedan. Su mensaje siempre será relativo. Es decir, si por un lado anuncia bendiciones de Dios pero el pueblo se desvía de su camino, las bendiciones no llegarán; si por otro lado, anuncia castigos, pero el pueblo se arrepiente, la desgracia no llegará.

La respuesta del pueblo condiciona el mensaje del profeta. Al profeta verdadero, Dios lo llama mensajero y testigo suyo, no obstante, pueda ser tomado por el pueblo como un  ave de mal agüero (Jeremías o como un canción de moda: «En cuanto a ti, hijo de hombre, tus compatriotas andan hablando de ti junto a los muros y a las puertas de las casas. Comentan entre sí: ‘Vamos a escuchar qué palabra viene de parte de Yahvé.’ Y mi pueblo acude a ti en masa y se sienta delante de ti; pero, tras escuchar tus palabras, no las ponen en práctica. Me lanzan lisonjas de palabra, pero su corazón sólo anda buscando su interés. Te han tomado por un intérprete de cantos de amor, de voz encantadora, que se acompaña de buenos instrumentos. Sí, escuchan tus palabras, pero luego nadie las cumple. Mas cuando todo esto llegue —ya está llegando—, sabrán que había un profeta en medio de ellos.» (Ez. 33,31- 33)

Llamados a ser libres.

            Una vez que Dios ha creado al hombre, “Lo entregó en poder de su albedrío” (Eclo 15, 14). Es decir lo hace señor de sus acciones. Dios quiere que todo hombre sea responsable de sus propios pensamientos, palabras y acciones. Dios no interviene en la historia del hombre con golpes de Estado, con hechos consumados, reprimiendo, suprimiendo o violentando la libertad humana. ¿Quiere decir esto que Dios nos abandona, nunca. Escuchemos la Palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja y yo también” (Jn 5, 27). Dios actúa en la historia, pero no a solas como en la creación, sino en comunión con el hombre. San Agustín solía decir: “El Dios que te creó sin tu consentimiento, para salvarte te pide permiso”. El medio que Dios emplea para actuar sobre la libertad humana, respetándola,  es la Palabra. Dios no violenta, no atropella, Dios no impone, no invade de manera arrolladora el interior del hombre. El nos envía su Palabra por medio de hombres de su pueblo. Así surge el personaje del profeta, predicador y mensajero de Dios, elegido, consagrado y enviado por el Señor, una y otra vez, a un pueblo o a una persona determinada, a quien Dios ama y quiere prevenirlo para que no caiga en el  error. Otras veces para corregir o para invitarlo a corregir su historia volviéndose a los terrenos del bien.
           
Hombre libre es aquel que decide.

El hombre no es una marioneta o títere que Dios mueve con hilos invisibles, sino que lo conduce desde dentro, desde el corazón. Para eso Dios ha puesto en el corazón del hombre lo que comúnmente se llama “La voz de la conciencia”, o ley natural, la cual propone a cada ser humano “la conducta moral” que ayuda a construir la historia de cada hombre: “Haz el bien y rechaza el mal” (Rom 12, 9). Es cierto que la historia de los hombres ha sido siempre acompañada por el “problema” que pareciera ser común a muchos: “No saber distinguir entre lo bueno y lo malo. A lo bueno se le llama malo y a lo malo se le llama bueno. Aquí es donde podemos entender la voz del profeta de Dios o de Cristo. “Yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre los pueblos y reyes, para arrancar y arrasar…edificar y construir (Jer. 1, 10) El trabajo del profeta es el de ser sembrador de criterios, de convicciones firmes, de forjar hombres y mujeres con conciencia moral, capaces de evitar toda manipulación, venga esta de donde venga.

La Palabra es liberadora.

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 32). De la libertad que brota de la verdad nacen dos preguntas: ¿libres de qué?  Y ¿libres para qué? Libres de las ataduras de la muerte de las fauces del abismo y libres para amar y servir al prójimo.

            La palabra que Dios dirige a su pueblo es la manifestación de que El quiere actuar y que no abandona a los que Él ama. Su Palabra se cumple siempre (Is 55,9), y sin embargo, es proclamada por medio de signos débiles. Es débil el hombre que la pronuncia, cuando no dispone de riquezas que la recomiendan, ni de ejércitos que la respalden y de tribunales que la hagan cumplir. Débil por que es dirigida a corazones humanos torpes, flacos, tercos o cobardes. Es débil porque puede escaparse como Jonás o callarse como Jeremías, o porque, quien la recibe puede cerrar los oídos o endurecer el corazón. Esto nos ayuda a entender que la Palabra se hace palabra humana, se hace débil. En esa debilidad de la palabra Dios muestra su poder. ¿Cómo? Engranando la libertad humana. Desde el momento que es escuchada, el hombre, los hombres no pueden permanecer indiferentes. Las acciones que siguen no pueden ser neutras: son ejecución o son rechazo. “Conmigo o contra mí, el que junta desparrama” (Mt 12, 30). Cuando la Palabra es acogida con fe, su acción es sanadora, liberadora, santificadora. El poder de Dios se manifiesta en medio de las debilidades humanas perdonando, sanando las heridas del pecado o iluminando los caminos de la historia. “¿No es mi Palabra fuego o martillo que tritura la piedra?” (Jer 23, 29). Leamos la primera lectura de este domingo y descubramos la labor del profeta.

            “En aquellos días, dijo el profeta Natán al rey David: “así dice el Dios de Israel: ‘Yo te consagré rey de Israel y te libré de las manos de Saúl, te confié la casa de tu Señor y puse sus mujeres en tu brazos; te di poder sobre Judá e Israel, y todo esto te parece poco, estoy dispuesto a darte todavía más. ¿Por qué, pues, has despreciado el mandato del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? Mataste a Urías, el hitita, y tomaste a su esposa por mujer. A él lo hiciste morir por la espada de los amonitas. Pues bien, la muerte por espada no se apartará nunca de tu casa, pues me has despreciado, al apoderarte de la mujer de Urías, el hitita, y hacerla tu mujer’”. David le dijo a Natán: “¡He pecado contra el Señor!” Natán le respondió: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”. Palabra de Dios. (2 Sm12, 7-10.13)

            El trabajo del profeta Natán fue denunciarle a David su doble pecado: el adulterio del rey y su homicidio. Por otro lado le anuncia le misericordia de Dios que perdona el pecado de su siervo, el rey. ¿Qué tan grave es el pecado del adulterio? ¿Cuál es la gravedad de quitarle la esposa a un pobre? ¿Meterse con la mujer del amigo o de alguien que trabaja para el adultero? A la luz de la enseñanza de la Biblia es de tal magnitud que Jesucristo rotundamente se opuso al “divorcio y al adulterio” (Mt 5, 31-32). La gravedad es tal que podemos llamarla tres en uno: es “crimen” porque mata el amor y mata la familia. Es un “sacrilegio” porque la familia es terreno sagrado, es una “Iglesia doméstica” y es un “fraude” por se da a se le quita lo que pertenece a otro. Además atenta contra la “dignidad” de la persona, al ser reducida a un simple medio  instrumento de placer. ¿Sabrán los padres de familia el daño que hacen a sus hijos cuando se divorcian o practican el adulterio?

            El rey David reconoció su pecado, se arrepintió y confesó su pecado. Actitud que queda manifiesta en el Salmo 50: “En pecado me concibió mi madre”. “Contra ti, contra ti solo pequé”. “Dame Señor un corazón nuevo”. “Renuévame por dentro mi Señor”. La actitud humilde de David frente a su pecaminosidad atrae sobre él la misericordia infinita del Señor que se compadece de nuestras miserias y nos da su perdón, no por nuestros méritos, sino en virtud de la sangre preciosa de Cristo que nos amó y se entregó a la muerte por nuestra justificación:

La justificación por la fe.

            “Hermanos: Sabemos que el hombre no llega a ser justo por cumplir la ley, si no por creer en Jesucristo. Por eso también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificado por la fe en Cristo y no por cumplir la ley. Porque nadie queda justificado por el cumplimiento de la ley. Por la ley estoy muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo. Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Pues mi vida en este mundo la vivo en la fe  que tengo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Así no vuelvo inútil la gracia de Dios, pues si uno pudiera ser justificado por cumplir la ley, Cristo habría muerto en vano.”  (Gál 2, 15- ss) Palabra de Dios.

El relato evangélico.

En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con el. Jesús fue a casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella casa ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomo consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugo con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
            Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: “si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo esta tocando; sabría que es una pecadora”. Entonces Jesús  le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. El fariseo contestó: Dímelo maestro”. El le dijo: “Dos hombres le debían dinero  a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con que pagarle, les perdono la deuda a los dos, ¿Cuál de ellos amará más?” Simón le respondió: “Supongo que aquel quien le perdonó más”.

            Entonces Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Luego señalo a la mujer, dijo a Simón: “¿ves a esta mujer? Entre a tu casa y tu no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lagrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tu no me diste el beso de saludo, ella en cambio, desde que entro,  no ha dejado de besar mis pies. Tu no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos le han quedado perdonado, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”. Luego le dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados”.

            Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismo: “¿Quién es esté, que hasta los pecados perdona?” Jesús le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Después de esto, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido liberadas de espíritu malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iba Maria, llamada Magdalena, de la que había salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes. Palabra de Dios. (Lc 7, 36-8,3)


La recta intención de seguir a Cristo.

¿Por qué invitaría el fariseo a Jesús a comer a su casa sin no fue para nada amable con él? ¿Sería que Simón el fariseo tenía la leve esperanza que Jesús fuera el Mesías y quería acomodarse, quedar bien? ¿Qué actitud tomamos hoy día, la del fariseo, la de la mujer pecadora o la de Jesús, Profeta misericordioso?¿Qué te dicen hoy las palabras de Jesús: “Al que mucho ama mucho se le perdona”. ¿Por qué será que son pocos los creyentes agradecidos con Jesús? ¿No será por qué no se saben perdonados, y esto porque no reconocen sus pecados? ¿Quién era la mujer pecadora? Todos sabemos que una mujer pública no podía entrar en la casa de un fariseo. ¿Cómo entró? Lo esencial es saber que si ella fue a la casa y entró es porque supo que Jesús iba a estar a ahí, ese día. La Mujer sabía que Jesús podía hacer algo por ella. El llenaría los vacíos de su vida. Se había pasado la vida buscando razones para ser feliz, y lo único que había conseguido era un corazón vacío de paz. de amor y de gozo, pero lleno de angustia, de frustración.


Las palabras del fariseo acerca de ella nos dicen que era una pecadora pública, conocida en el pueblo. A Jesús no le importó, se deja tocar y abrazar por ella, es decir, se deja amar. El se arriesga, no le importa los juicios que se hacen sin amor. Juicios a los que Jesús responde con una pregunta que nos dejará una bella enseñanza: “Simón tengo algo que decirte”. “Vine A tu casa y no me…lavaste los pies…no me diste el beso…no me ungiste con aceite…en cambio ella… ¿Qué nos preguntaría hoy Jesús a nosotros? ¿Podremos escuchar las palabras que Jesús dirigió a Simón, el fariseo o a la mujer? “Tus pecados te quedan perdonados” “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. La experiencia de Dios es coronada por las palabras que hoy día Cristo pronuncia cada vez que los pecadores visitamos el Sacramento de la Reconciliación con un corazón consciente de nuestra pecaminosidad y arrepentido, es decir, con grandes deseos de cambiar de vida, de corazón. “Al que mucho ama mucho se le perdona, y, al que poco ama poco se le perdona”.

            Aquella mujer salió de la casa del fariseo justificada con un corazón limpio de las cargas del pecado y lleno con la “Gracia de Dios”. “Una nueva creación”. Capaz de decir con Pablo: “No vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gál 2, 20). Una persona capaz de agradar a Dios y relacionarse con los demás de manera consciente y responsable,  libre y solidaria.


      

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